martes, 13 de abril de 2010

El Pueblo (III parte)

De camino hacia el hostal, el mecánico le informó que no se preocupase por nada, que el seguro se haría cargo de todo; incluido el hospedaje y el coche de alquiler que le traerían al día siguiente. No tardaron mucho en llegar al lugar, por lo poco que pudo ver Silvia, aquel era el único edificio de todo el pueblo que tenía dos plantas. Atravesaron la puerta de entrada, y allí además de la recepción se encontraba el bar, también el único del lugar como supo más tarde. Tras registrarse, el hombre se despidió de ella hasta el día siguiente, no sin antes entregarle una de sus tarjetas, por si necesitaba llamarle con cualquier duda. Creyó que le sentaría bien un café antes de acostarse, así que se acomodó en la barra esperando ser atendida. En seguida apareció una mujer bajita y rechoncha, ya entrada en años, y con una sonrisa tan grande que ocupaba parte de su cara. Venía de la cocina, y con ella un olor rancio, a fritura requemada, que inundaba toda la estancia, impregnándose hasta en la piel. Silvia sintió naúseas, pero con la mejor de sus sonridas intentó disimularlo. Tras servirle el café, la camarera se atrincheró frente a ella, era evidente que no se marcharía sin averiguarlo todo; Silvia entonces, se insufló de valor y se dispuso a ponerla al corriente de todo lo acontecido. En medio de aquella conversación se enteró de que aquel pueblo se llamaba Villalpando, a unos cuarenta quilómetros de Benavente. Al oir ese dato sus músculos se relajaron, era como si supiesen que la civilización estaba ahí, a un par de pasos. Entonces los párpados empezaron a pesarle, había llegado la hora de irse a la cama. Se despidió cortésmente de aquella buena mujer, y escaleras arriba fue hacia su habitación. No era gran cosa, la decoración estaba pasada de moda, y la pintura de las paredes empezaba a desconcharse por alguna esquina, pero al menos tenía baño propio. Se sentó en un lado de la cama y se sacó las botas, en seguida se sintió aliviada y sin terminar de desvertirse se quedó dormida. Bien entrada la madrugada algo perturbó su sueño, medio atontada se incorporó en la cama y permaneció en silencio intentando averiguar aquello que la había despertado. No oyó nada. Se levantó, el despertador marcaba casi las tres de la mañana, y fue hacia la ventana. Allí fuera todo parecía estar en calma, hasta la luna aquella noche parecía tímida escondiéndose tras las nubes. Convencida ya de que todo había sido fruto de su imaginación, corrió las cortinas y se dirigió de nuevo hacia la cama. Al cabo de unos minutos volvió a escucharlo, y esta vez sabía que no lo había imaginado: era un susurro. Se dió la vuelta y metió la cabeza bajo la almohada, pensó que a última hora alguién había ocupado la habitación contigua, y que de sueño ligero intentaba entretenerse con algo de televisión. No le dió importancia e intentó conciliar de nuevo el sueño. A pesar de sus intentos seguía escuchándolo y su paciencia estaba a punto de acabarse. Sin dudarlo se levantó, se vistió rápidamente con intención de visitar la habitación de al lado y dejarle claro a su inquilino que no eran horas para estar molestando. Llamó un par de veces a la puerta pero no obtuvo ninguna contestación, lo que la irritó aún más. Atrapada por la desesperación abrió la puerta de la habitación, pero allí no había nadie. No podía creer lo que estaba sucediendo, acaso se estaba volviendo loca. Corrió por el pasillo y a toda prisa bajo por las escaleras con la intención de encontrar alguna respuesta. En el bar tampoco encontró a nadie, entonces se acordó de la tarjeta que le había dado el dueño del taller. Le llamaría, en aquel momento era la única opción que tenía para aclararlo todo. Durante una hora marcó aquel número una y otra vez, hasta que las yemas de los dedos se le adormecieron, pero nadie le respondió. Sin embargo, por una vez en su vida aquel revés no la amilanó lo más mínimo, intentaría que algún vecino le ayudase. Fue visitando cada una de ellas, y tampoco encontró a nadie, parecía como si se los hubiese tragado la tierra. Impotente ante aquella situación pensó que era mejor volver al hostal y esperar a que amaneciese. Seguramente todo aquello tenía una buena explicación, y si no era así la luz del día la haría pensar con más claridad. Agotada por todo aquel ajetreo se durmió inmediatamente, su cuerpo flotó en una delicada nube hasta que al amanecer un gallo la despertó. Todo su cuerpo vibraba por la ansiedad acumulada, le parecieron eternos los minutos que pasaron hasta que logró llegar a la cafetería. Allí estaban todos, unos apuraban el café, otros sólo charlaban, y la camarera seguía enfaenada en la cocina como la noche anterior. Se sentó en la barra, y esperó a que le sirviesen el desayuno porque todo aquel trajín de la noche le había abierto el apetito. Para matar la espera echó mano de la prensa local, y allí en primera plana ella era noticia. A medida que iba leyendo las lágrimas fueron resbalando por sus mejillas, no podía ser cierto. No quería creerlo. El Heraldo de Villalpando daba cuenta en su primera página de que aquella noche, la fatídica curva del carril de aceleración se había cobrado una nueva vida. Ya en las páginas interiores explicaba que aunque inicialmente la mujer había sobrevivido, habían sido las graves heridas internas las que la habrían conducido a la muerte durante la madrugada.

5 comentarios:

  1. Es un fantasma?
    Está guay la historia :D

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  2. por cierto, cambiaste el aspecto del blog, no?

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  3. y seguiré cambiándolo... es que me aburro rápidamente de todo...:)

    Me alegro que te haya gustado!, a mi no me encanta, pero bueno, seguiré intentándolo... con lectores tan agradecidos como tú da gusto devanarse los sesos....

    un saludo!!!!!

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  4. ay que se me olvidaba!!!! si, si es un fantasma, la pobre es que tardó en darse cuenta... no hubo luz al fondo del túnel...jeje

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  5. mucho silent hill aquí... jejeje

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