viernes, 9 de abril de 2010

El pueblo ( I parte)

Había oscurecido hacía un par de horas, pero aún así Silvia decidió ponerse en marcha, con un poco de suerte en seis horas estaría en casa. La jornada había sido agotadora, de reunión en reunión no había tenido ni un solo segundo de respiro, de todos modos la sola idea de permanecer un minuto más en la capital le producía naúseas. Así que, tras tomar una taza de café emprendió rumbo hacia su destino. Sólo un pequeño atasco perturbó la salida de la ciudad, sabía que en cuánto hubiese cruzado las montañas el tráfico se volvería menos denso, y entonces el viaje se haría mucho más cómodo. Tras dos horas conduciendo llegó la medianoche, creyó que lo mejor era hacer una parada para descansar, y salió de la autopista en cuánto vió la primera estación de servicio. Tenía suerte, afortunadamente era una de esas que permanecían abiertas las veinticuatro horas. El aparcamiento estaba totalmente desierto, únicamente al fondo descansaban un par de camiones, perfectamente alineados, reconvertidos en habitaciones improvisadas. Pensó que sería mejor aparcar delante de la puerta del establecimiento, así el trayecto a recorrer sería menor, y aplacaría los temores anidados en su fuero interno. Cruzó como una exhalación,ya en el interior, una mujer de mediana edad reinaba detrás de la barra, con ese porte que sólo tienen aquellos que dominan el oficio tras tantos años ejerciéndolo. Se sentó en un taburete y pidió un café americano, necesitaba un aporte extra de cafeína si quería mantenerse despierta. Mientras se lo preparaban su pituitaria percibió el agrable olor que provenía desde la cocina, inmediatamente el hipotálamo envió una enorme señal a su estómago; se comería un buen trozo de tarta, de queso si era posible. Una vez dió buena cuenta de todo aquello, se dirigió hacia la tienda, le pidió al encargado que le llenase el depósito, y compró una bolsa de ositos de goma. Durante un momento, Silvia se sintió feliz, y mirando al aire sonrió hacia el firmamento, a veces era irracionalmente paranoica, y ese echo la atormentaba profundamente llevándola a parapetarse detrás de un gran muro. No podía evitar sentir miedo, todo le asustaba, desde la oscuridad de la noche a subir en un ascensor. Por eso sonreía, allí en el aparcamiento no había sucedido nada anormal, y eso la hacía sentir bien. Agarró las llaves del coche, desbloqueó las puertas, y se sentó al volante. Sólo le quedaban cuatro horas de viaje, un último esfuerzo que se vería recompensado cuando llegara a casa. Mientras se regodeaba en sus pensamientos abrió el paquete de chuches que había comprado hacía unos minutos, y conectó el CD. La estridente melodía salió de golpe por los cuatro altavoces a la vez, " I want to be bad" rebotaba contra cada pedazo de metal del vehículo, y volvía hacia ella como si de un buen boomerang se tratase. Le encantaba Off Spring, tenía toda su discografía, pero esa canción en concreto la había atrapado. Tras ponerse el cinturón arrancó el coche, y aceleró por la pequeña carretera que servía de carril de aceleración. Llevaba un buen trecho recorrido, cuando Silvia se percató de que la entrada a autopista aún estaba lejos, su buen humor entonces se trastocó en un cabreo supino, que salía por su boca en forma de exabruptos dedicados a todos los que gobernaban, y en especial a los encargados de las carreteras patrias. Subió el volumen del CD, y pisó el acelerador víctima de su enorme cabreo; a quién le importaba la prohibición de cincuenta que ondeaba a ambos lados de la carretera.
De vez en cuando su mano derecha soltaba el volante, para agarrar uno o dos ositos que pegaban saltitos a su lado, en el asiento del copiloto. Tras medio paquete, Silvia notó el exceso de azúcar en su boca, la notaba seca y empalagosa, pero por desgracia se dió cuenta de que no tenía agua. Tampoco le importó demasiado, no hay nada que no se pueda solucionar con un cigarrillo. Abrió el paquete con aquella diestra experta, y se llevó uno a los labios, pero cuando quiso encenderlo echó en falta el encendedor: estaba en el bolso. Con la pericia de un carterista introdujo su mano, y rebuscó sin éxito entre la marabunta de objetos que descansaban en aquella piel Louis Vuiton. Sin pensarlo dos veces, decidió echar una ojeada dentro, ¿que podía suceder? A esas horas era el único vehículo que transitaba por aquella maldita carretera. Tras un par de intentos lo localizó, lo agarró con fuerza y se dispusó a encender el tan ansiado deseo, cuando de repente... realmente no fue consciente de lo que sucedió hasta un tiempo después. Se había quedado dormida, todo era fruto de su imaginación, no estaba fumando, esa fue la versión que le dió al atestado de la Guardia Civil. La pareja de la benemérita la acompañó hasta que llegó la grúa, se ofrecieron a conducirla al hospital más cercano, pero ella rechazó amablemente su ofrecimiento, sólo quería irse a dormir y que aquella maldita pesadilla desapareciese de una vez.

8 comentarios:

  1. ¿se durmió al volante mientras rebuscaba en el bolso?

    a ver si subes la parte II ^^

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  2. nooo! lo pone ahí, vuelve a leerlo. Habían sido imaginaciones suyas...

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  3. xD, no entiendo bien el final.
    pero si vino la policía, llamó a una grúa y le decían de ir al hospital... se supone que tuvo un accidente por dormirse al volante, no??

    Lo que entiendo de la frase que me dices es que:
    Realmente, se había dormido.
    Se imaginó que, rebuscaba en el bolso un mechero. Y eso le contó, aturdida, a la guardia civil.

    ¿no? xD , sino ya me dedico a otra cosa. Soy más de números... :P

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  4. bueno, mientras escribía el comentario apareció la parte II, igual ya me aclara mis dudas :D

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  5. Por cierto, y tú qué? para cuando lo próximo?:D

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  6. parece que se me contagia la pereza de los demás bloggeros... me fastidia que lo dejen tan colgado. a ver si me viene hoy alguna idea que destripar, mañana subo algo.

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  7. una pregunta: desde mi blog cada vez que escribo algo puedo compartirlo en el "fesbu", la pregunta es, desde el otro no se puede?

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