sábado, 27 de marzo de 2010

HISTORIAS DE UN BAR

Hace un tiempo que frecuento un bar, un local que han abierto hace poco en el barrio. No es que tenga nada en particular con respecto al resto de garitos que pueblan la extensa piel de toro, pero lo que si que es cierto, es que en tan pocos metros cuadrados se dan cita un nutrido grupo de seres, que voy a clasificar como diferentes, y en el cual me incluyo. He de decir que llevo muchísimos años visitando este tipo de locales con cierta impunidad, a estas alturas del milenio aún se mira con cierto reparo a esas que como yo, visitan los bares solas, y se hacen un hueco en la barra. Normalmente mis visitas son cortas, un café y un par de pitillos mientras ojeo la prensa diaria; pero ocurre a veces que si me encuentro cómoda me tomo una segunda taza, y entonces una vez cerrado el periódico, centro toda mi atención en los personajes que entran y salen del local. Que nadie piense que lo hago con afán inquisitorio, nada más lejos de mi intención, como si yo no tuviese ya bastante con lo mio como para meterme en berenjenales ajenos. Pero a lo que iba, una vez sentados en la barra, de repente unos hilos invisibles unen nuestra mente, inexplicablemente, con la otra persona que está al otro lado de la barra. Sin explicación aparente, en el tiempo que el azúcar cae suavemente dentro de la taza, un halo de amistad revolotea ya en el ambiente, luego no mucho más tarde cuando el borracho de turno hace aparición en escena, la complicidad con el camarero/a de turno, ya es del todo patente tras un guiño cómplice. De repente y sin mayor esfuerzo tenemos un amigo, al que convertimos sin pedir permiso en nuestro psicólogo personal, y todo por el precio de un cortado. Al tercer o cuarto día, antes de que llegues a la barra, el café humea ya dentro de la taza, colocado delante del taburete que por casualidad has ocupado los tres días anteriores. Y tú piensas que aquello es todo un detalle teniendo en cuenta que en la mayoría de los sitios no te dan ni los buenos días. Al cabo de una semana te saludan por tu nombre,y tú con el ego hinchado como un pavo por Navidad, mientras entras, te contorneas como si fueses el susodicho animal. Luego un día decides tomarte allí el aperitivo, más tarde cuando sales del curro paras a tomarte unas cañitas, y cuando te quieres dar cuenta, pasas más horas allí que en tu propia casa. Eso es lo que me ha pasado a mi con el bar de mi barrio. De repente he sido atrapada en una vorágine de la que no soy capaz de salir, es posible también que no quiera salir porque me divierte en demasía todo lo que allí se cuece. Ya llevo cuatro meses dejándome caer por allí, y ahora además de la camarera, tengo que deciros que tengo una renovada agenda de amistades, otros que como yo siguen el mismo rictus, agonizante la mayor parte de las veces, sobre todo a ciertas horas de la madrugada. Allí sentada en el taburete, con cada trago que doy, engullo paulatinamente pedazos de vida de otras gentes. Trozos de corazón desgarrados por las miserias cotidianas de cada uno, que no son ni mejores ni peores, en ninguno de los casos. Simplemente se parecen tanto unas a otras que si no fuese porque puedo ponerle caras distintas a cada historia, a veces podría pensar que todo le ha ocurrido a la misma persona. Pues no, no son la misma persona, y a veces cuesta entenderlo. Puede que esto que acabo de decir parezca una perogrullada, una frase de pie de banco, pero tras mucho reflexionar me he dado cuenta que tras más de una década en el mismo barrio, he descubierto un nutrido grupo de almas errantes en las que jamás había posado la mirada. La respuesta a esta pregunta es tan obvia que me avergüenza: pasamos tan rápido por la vida, tenemos tanta prisa, prejuzgmos a los demás con una facilidad tan apabullante que sin reparar en ello nos convertimos en el ombligo del mundo. No quisiera que tras leer esto salieseis en masa a buscar amigos y adoptaseis a cada alma en pena que vagabundea por vuestra ciudad. No, no estoy halando de eso, me refiero al enriquecimiento, a ese crecimiento interior provocado por otras vidas. Hablo de respirar, y dejar que ese aire a veces envilecido llene nuestros pulmones, de impregnarse con la miseria y la riqueza que flotan en el aire; en definitiva, de convertirnos en mejores personas, si eso en este mundo de mierda aún sirve para algo.

4 comentarios:

  1. Creo que todos llevamos un chico bueno en nuestro interior, aunque parece que inconscientemente hacemos un terrible esfuerzo por ignorarlo. Sin embargo, cada vez que toma el control nos hace sentir bien, felices incluso, inocentes, puros... Con lo fácil que podría ser hacer sentir mejor a la persona que tienes delante y en consecuencia a ti mismo, y cómo nos empeñamos en complicar y ensuciar todo...

    Estoy seguro de que aún hay esperanza n_n

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  2. Pues yo tengo que esforzarme para ser buena, no sé si es la edad, pero cada día que pasa me sale con más facilidad esa parte cabrona que llevo dentro...jajaja, a veces también es divertido ser... un poco malo.

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  3. supongo que a veces es inevitable. Es más, yo soy un auténtico cabronazo, pero intento serlo cada vez un poco menos ;D

    últimamente hasta quiero que ganen los buenos en las pelis y todo...

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  4. me estoy enganchando al blog...jejeje
    Laura

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