lunes, 29 de agosto de 2011

Al cobijo de un árbol


Me falta el aire, me ahogo en tus silencios,
no quedan losas bajo mis pies, desaparece el camino.
Es el tiempo ese animal muerto que juega con mi cuerpo,
que lo aturde y lo maltrata hasta dejarlo seco.
Crecen los muros tan altos porque han de ser derruidos,
y los niños jaleando, y el miedo una soga que cubre mi cuello.
Escogieron por mi un futuro que no va conmigo;
quiero escribir otro destino:
que me lleve lejos, que me lleve al cielo,
que me devuelva la inocencia de cuando era un niño.
Se acerca la tormenta, me lo cuenta el viento al oído
mientras corretean por el asfalto caliente
los versos que vomita mi pecho.
Rendirme a lo inevitable quizá sea otro juego,
lo afrontaré mientras no aparezca otro nuevo.
E incluso si llegase la noche de los tiempos,
esperaré aquí sentado,
no encuentro nada mejor por lo que luchar,
el orgullo me lo tragué con el café al desayunar.
Abriré mis venas y dejaré que tiñan este horizonte negro...
harta de hacer círculos en el suelo,
de mercadear con lágrimas y sueños,
de pagar, por tanta mentira, un alto precio.
Necesito un refugio, necesito descansar;
quiero que se pare el mundo,
quiero un árbol amigo donde poderme cobijar.
Me perderé en su sombra, me anclaré a sus raíces,
y dejaré que la brisa acaricie mi pelo.
Nos fundiremos en uno solo mientras nos alimenta la lluvia.
Y ahora que mi carne es madera,
que mis lágrimas son un río,
que ruede, de nuevo, el mundo.
Ya no oigo la guerra a lo lejos,
ya no tengo sueño, ni hambre, ni frío.
Oigo a los niños que ríen, que hacen un camino nuevo
con el muro destruido.

1 comentario:

  1. Ole, ole y ole, Fini.
    Me ha encantado. Qué bien escrito y, sobre todo, que profundo. Me ha transmitido muchísimo.
    Es un placer leerte, chiquita. Un auténtico placer.

    Un besazo.

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