lunes, 10 de mayo de 2010

El último viaje



Querido diario:

Esta noche ha vuelto a suceder. Agazapada en el sofá, con las rodillas pegadas contra mi pecho, dejé correr el tiempo esperando a que llegara. Pero no sucedió nada, sólo un leve sueño del que desperté enseguida. La ansiedad estuvo devorándome las entrañas, durante todo ese tiempo, como alimaña hambrienta. El corazón desbocado, amenazaba con salirse del pecho, una y otra vez. Y yo, allí, sin el valor suficiente para volverme a enfrentar a mi destino. Ayer se me olvidó decirte que estuve por la tarde con Cris, afortunadamente su brazo está mejorando, pero no puedo dejar de sentirme culpable. Si ellos se enterasen de todo, me apartarían de su lado como a una vulgar loca. No puedo confiarle mi secreto a nadie. Sólo a ti, mi querido amigo.

Cuando el reloj dio las cuatro, el sueño me venció. Decidí que no podía retrasar más lo inevitable, así que me fui directamente para cama. Me adormecí bamboleándome entre el dulzor a jazmín que emanaba mi almohada, y me agarré a ella, creyendo que me protegería de todo mal.

Pero no fue así.

No se cuánto llevaba durmiendo, me sentí tan despejada que creí que ya era por la mañana. Una inmensa felicidad embargaba todo mi cuerpo, que ya había dejado de pesarme. Me desperecé, y al abrir los ojos, supe que me había equivocado. Y esta vez era distinto. Noté frío, algo gélido recorría mi espalda; y al girarme vi el techo contra mi espalda. Grité. Lloré. Y cuando creí que la cordura me abandonaba, un halo de serenidad me hizo comprender aquello; si es que tenía una explicación. La habitación permanecía a oscuras, tal como la había dejado, sólo la luz de la luna que entraba por la ventana, permitía diferenciar unas siluetas de otras. Todo ocupaba su sitio, incluso yo, que dormía plácidamente en la misma postura que tomé al acostarme. Viajé por la habitación acariciando cada una de sus paredes, exploré cada rincón como si nunca hubiese estado allí, y de pronto una idea me abordó. Las ansias de libertad me condujeron hasta la ventana, pero entonces, noté un golpe seco.

Me quedé un buen rato quieta, sin saber que hacer, y cuando reuní la suficiente fuerza, abrí los ojos de nuevo. Estaba otra vez en cama, sin embargo todo era diferente. Alguien había estirado las sábanas, dejando la cama perfectamente hecha, y yo estaba tumbada encima pero con los pies sobre la almohada.

Dime que no estoy loca, dime que sólo son ansias de volar, que mi alma me abandona víctima del aburrimiento que padece en este triste cuerpo. Dime... que esta noche, no volverá a suceder.

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