Resulta cada vez más difícil andar por el mundo. Y me explico. No me refiero al evitar charcos y adoquines levantados, a sortear coches aparcados en doble fila sobre la acera, o a intentar ir al mercado sin ser aplastada por la marabunta. Cuando eramos niños nos enseñaron que no debíamos hablar con desconocidos, que no debíamos ir con extraños. Incluso los cuentos infantiles que nos leían cada noche: caperucita, los siete cabritillos, nos advertían de los peligros que nos acechaban en el exterior. Pero ahora, sin embargo, todas aquellas advertencias no sirven de nada: porque nada es lo que parece. Parapetados tras máscaras y antifaces, viviendo un perpetuo carnaval de mentiras y engaños. Vendemos un mundo ficticio, un sueño que algunos han convertido en pesadilla.
Y me pregunto, ¿ y ahora qué?
Somos quizá ese reflejo esperpéntico que vemos en el espejo, ese mundo de charanga y pandereta que alarga o acorta su levita dependiendo de la moda.
Ahora que el lobo come de mi mano, he de esconderme tras las zarzas para que no me encuentre caperucita, y los enanos de Blancanieves crecen y se multiplican a mi alrededor intentando ser el más bello. A veces, me cansa en sobremanera, jugar a este juego absurdo y elevo mis quejas hacia un cielo que ya no me escucha. Ahora, toca esperar. Recorrido ya todo el camino, me he dispuesto a vivir en otro mundo, en ese que un día se inventó un principito, y que ahora, ha subarrendado a otros tantos idiotas, como yo.
Hola, Fini.
ResponderEliminarMe sumo a esa legión de "idiotas".
Nada es lo que parece, eso es. Para intentar divisar algún atisbo de autenticidad hace falta observar con profundidad, con corazón. Tantas son las corazas y jubones, que debemos esforzarnos si queremos descubrir la esencia del Otro.
Estoy contigo.
¡Larga gloria a Exùpery!.
Un beso.