Ni siquiera Nostradamus fue capaz de vaticinar que el invento de los inventos acabaría por dominar nuestras vidas: hoy por hoy las redes sociales se han convertido en ese mundo paralelo donde todo es posible. Sus detractores abogan por recuperar esas ya, viejas costumbres, que algunos creen perdidas para siempre. Con la prohibición del tabaco, la crisis que nos embarga -a unos más que a otros, por supuesto- los negocios de hostelería ven cada vez más mermado su medio de vida. Ya no quedamos como antaño para disfrutar de una tertulia, de esas que se perdían en la tarde para teñir luego la larga noche que se avecinaba. Ya no se llenan las terrazas, aparecen despobladas como esos pueblos dejados de la mano de dios, porque los que antes las habitaban descansan plácidamente en su sofá mirando "el caralibro". Nos hemos inventando un mundo paralelo, donde cada uno, dependiendo de su imaginación, puede ser lo que quiera ser. Nunca, como ahora, hemos disfrutado de la posibilidad de ser superconocidos. Nos medra el ego colgando nuestras mejores fotos, incluso las hacemos para la ocasión para que todo el mundo pueda disfrutar de ellas. Otros prefieren, la socialización: coleccionar amigos se ha convertido en otro tipo de juego. Incluso los hay que ahorran dinero en psicoterapia, y nos hacen a todos partícipes de su estado de ánimo, de sus rupturas sentimentales, del cabreo permanente con el mundo...Sin embargo, con todo este amplio abanico a nuestra disposición, las redes sociales se han convertido en ese gran hermano que todo lo ve, que todo lo controla. Y no me refiero a ese tipo de majaderías que pululan por ahí: que si nos controla la CIA, el FBI, el MOSAD... o la madre del cordero; ni tampoco al hecho de que se han vendido todos nuestros datos a grandes multinacionales -de eso ya se encargó telefónica hace mucho tiempo-. Me refiero a nosotros mismos. Tan vacíos, tan aburridos de estas míseras vidas que tenemos, que mejor que controlar al vecino: a ese que no nos saluda, al que no nos deja colarnos en la cola del pan, a esa rubia cachonda que, en el mejor de los casos, sólo podriamos suspirar por ella. No sé en que punto de este avance nos hemos convertido en cotillas; Hitchcock, aquel gran genio, nos hizo un guiño que sólo unos pocos supieron entender. A través de esa ventana indiscreta nos asomamos a un mundo que nos mantiene aislados contra nuestra voluntad, que nos agarrota nuestros miembros, imposibilitando que nos movamos; y así pegados a una silla, no nos queda más remedio que contemplar a esa joven que vive enfrente, que siempre ha estado ahí, pero que jamás habíamos reparado en ella. Seremos testigos de excepción, una cinta rodada sólo para nosotros. Y para cuando queramos ser conscientes de ello, ya será demasiado tarde, porque ya estaremos atrapados en esta vorágine que no tiene fin. Reiremos, lloraremos, nos olvidaremos incluso de comer para no abandonar este puesto de excepción que nos ayuda a controlar el mundo. Seremos esos dioses del Olimpo, que aburridos jugaban con los pobres mortales: deshumanizados totalmente porque las agujas del reloj las movemos nosotros a nuestro antojo. Bienvenidos todos a esta nueva era.