Y descendió el caballero de su fría torre,
tomó las riendas de su corcel
y atravesó la llanura cortando el aire.
El eco de su dolor retumbaba en la montaña,
valle abajo corría cada lágrima vertida
alimentando así, su vieja herida.
Al anochecer vencido estaba en cuerpo y alma,
y en aquella pradera blandió su espada.
Era ella y no otra la causante de su mal,
era ella, la que ahora, yacía moribunda.
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