A pesar del ofrecimiento por parte de la Guardia Civil, Silvia decidió montar en la grúa que llevaba su coche hasta el taller más próximo. El pequeño trayecto que la separaba del pueblo se le hizo interminable aunque su acompañante intentó darle charla un par de veces; ante tan evidente negativa su interlocutor permaneció en silencio el resto del camino. Se sentía incómoda, no podía evitarlo, nada más subirse al vehículo su piel se había erizado, la sangre le hervía en las venas, y en la garganta un nudo le impedía tragar saliva. Entonces comenzó a amargarse, le daba vueltas a la idea que se estaría formando de ella aquel hombre. Estoy quedando como una perfecta maleducada, sólo intenta ser agradable.- se repetía una y otra vez. Al cabo de unos veinte minutos estaban recorriendo lo que Silvia supuso era la calle principal del pueblo. No podía salir de su asombro, aquello era la nada en medio de la nada, como podía vivir alguna persona allí. Apenas había media docena de casas repartidas a ambos lados de la carretera, y al final de ella se encontraba el taller, que aún mantenía el porte elegante que sus constructores le habían imprimido, pero que los años transcurridos intentaban arrebatarle. Sobre el portón de la entrada principal pendía un cartel enorme, sujeto por dos gruesas cadenas oxidadas, que chirriaban mecidas por la suave brisa nocturna: Silvia comenzó a tener miedo. El conductor de la grúa también era el dueño del taller, así que al llegar abrió el portón e introdujo el vehículo de Silvia en la nave. Mientras Silvia permanecía atenta al descenso del coche, el hombre desapareció. Presa del pánico se acercó a toda velocidad al lugar donde lo había visto por última vez, pero no había ni rastro. Salió a la calle, y bordeó la nave con la intención de encontrar otra entrada, pero enseguida se dió cuenta se su error; la única salida era el portón de entrada. Volvió sobre sus pasos, y cuando estaba acercándose a la carretera una mano la asió del brazo. De su garganta emanó un sonido gutural, más parecido al de una bestia que al grito de un ser humano. Se quedó paralizada, no tenía valor para darse la vuelta y ver quién la estaba sujetando. Entonces creyó oir una voz que le resultaba familiar, sin apenas mover su cuerpo giró su cabeza. Allí de pie estaba él, el dueño del taller con el resguardo del depósito del vehículo. No pudo más y reventó a llorar, entre lágrima y lágrima una risita histérica asomaba a sus labios. El mecánico, desconcertado por la aptitud de Silvia, decidió que en aquel estado era mejor que la acompañase al hostal.
lo siento, el desenlace...en el próximo capítulo.
Este ya lo había leído, me gusta la tensión que se mantiene, vamos con la 3era entrega. n_n
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