Por fin es jueves, pensó Julia, mientras acertaba a colar la llave en la cerradura. Tras abrir la puerta de su piso, apoyó los libros en el taquillón de la entrada, y con la habilidad de un buen lanzador hizo volar su cazadora, que aterrizó bruscamente en el brazo del sofá. Aquella maldita idea llevaba martilleándole la cabeza todo el día: una cita. Hacía mucho tiempo ya que no compartía su cama con nadie, pero ni siquiera ese detalle era suficiente para borrarle la cara de amargura, que la había acompañado durante toda la semana.
Durante el fin de semana, entre resaca y resaca, no fue consciente de lo que había pasado; demasiadas lagunas, demasiado grandes como para rellenarlas. Pero el lunes, la llamada de su amiga Lucía le refrescó la memoria. Agarrada al móvil le profirió toda clase de insultos, sin duda se los merecía, o así lo creyó, porque antes de que terminara de explicarse, Julia dio por finalizada la llamada. Toda su ira recayó en su amiga en los siguientes días, hasta que alguien de la pandilla le hizo ver el grave error que estaba cometiendo. Tengo que dejar de beber,´- pensó, o cualquier día me despertaré sin amigos. Al fin, el día llegó, y a medida que las horas avanzaban en el reloj, el desasosiego se apoderaba de ella. No temía no sentirse atraída por él, lo que más le asustaba era no saber con que tipo de persona se encontraría, ya que sus últimos encuentros habían sido un fiasco. Tras tanta experiencia nefasta acabó por convencerse de que sobre el planeta no vivía ni un solo hombre normal; Julia los dividió en dos grandes grupos: los tímidos que eran capaces de aburrirla hasta la muerte, o los que intentaban quitarle las bragas tras conocerla. Aquel juego ya no la divertía, prefería quedar con los colegas de siempre, sentarse al sol en una terraza y disfrutar de un caña bien fría.
Pero los jueves era diferente, aquellas cañas se entrelazaban con cualquier fiesta organizada en el campus, cualquier disculpa era buena para terminar desayunando en la cafetería de la escuela empatando con la primera clase de la mañana. Se preguntaba porque había de arruinar el mejor día de fiesta, por un tío del que no conocía ni su nombre. Aún así, la mataba la curiosidad, y decidió que acudiría, pero por si acaso preparó un plan B, y llamó a Lucía.
A la hora acordada Julia entró en el restaurante, y allí estaba él, apoyado en la barra. No puede ser -pensó, es guapísimo. Se quedó ensimismada, mirándolo, y no percibió que se dirigía hacia ella. La noche avanzó, a toda prisa,y Julia estaba encantada de haberse presentado, como podía haber pensado en no asistir: era un encanto, simpático, guapo, y además tenía un nivel cultural bastante aceptable.
Cuando la velada terminó, decidieron que irían a tomar una copa, había que alargar la noche tanto como pudiesen. Salieron a la calle, y allí en la acera, él le espetó que era perfecta, la mujer que había estado buscando toda la vida. Julia se echó a reír estrepitosamente, y luego se besaron.
Sintió frío, todos los huesos le dolían, no entendía que le estaba pasando. Abrió los ojos, ¿pero dónde coño estoy? -masculló para sus adentros. Se sentía aturdida, y notaba la boca pegajosa, lo había hecho otra vez, beber hasta la saciedad. Cuando se quiso poner de pie algo la frenó, una cadena sujetaba uno de sus tobillos al catre donde estaba tumbada. No entendía nada, lo último que recordaba era el beso que se habían dado delante del restaurante. Si Lucía quería darle una lección, ya la había aprendido, y comenzó a chillar para que alguien la sacase de allí. Al cabo de un par de horas sus fuerzas comenzaron a menguar, se derrumbó por completo y todo el miedo que tenía retenido afloró a través de sus lágrimas. Se quedó dormida, no supo cuánto, hasta que sintió frío de nuevo. Pero aquella vez era distinto,al abrir los ojos se encontró con él; allí de pie, lanzándole cubos de agua helada. Le preguntó hasta la saciedad porque le hacia aquello, le rogó que la soltase, luego le escupió, y lo insultó, pero él no se inmutaba. Al poco tiempo Julia se rindió, había perdido la noción del tiempo, y la falta de agua y de alimento la hacían delirar.
Aquel día la puerta de su celda se volvió abrir, su carcelero traía algo en una de sus manos: la llave de su libertad.
Le ayudó a incorporarse, y le quitó las cadenas. A continuación, con un paño húmedo le limpió la cara y las manos, luego le cepilló el pelo y con unas horquillas le sujetó los mechones que le caían sobre los ojos. Por fin él le sonrió, y la besó en los labios apasionadamente. Soy feliz, -le dijo, el hombre más feliz del mundo. Eres tan bonita, tan inteligente, eres perfecta, por eso tienes que entender que... no puedo dejarte marchar.
Pobre Julia, si es que cuando no está para uno...
ResponderEliminarVaya por dios, me estaba encantando la historia, hasta comenzaba a vislumbrar un final feliz y vas y me la atas con una cadena!! jejeje, que inocente que soy, si es que las historias pastelosas son solo para el cine barato.
Me gustó mucho.
Alguna vez te planteaste escribir una novela? Yo es algo que pienso continuamente pero no sé cómo ponerme. Algún amigo mío incluso está en ello, tengo que preguntarle como lo lleva, seguro que es un trabajo agotador.
Bueno chicas, ya sabeis, nada de quedar por el tuenti con desconocidos, que luego...
La verdad es que si, llevaba tiempo pensandolo, y el año pasado me puse a ello, tengo casi 100 páginas escritas...pero la verdad es que viendo como está el mundillo editorial, lo tengo jodido con lo cual la tengo así un poco parada...espero terminarla aunque sólo sea por amor propio. No es nada del otro mundo, pero al menos a mi me gusta...jejeje. Estoy pensando en publicarla en el blog, aunque sea por fascículos alguien disfrutará de ella.
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