Menguante como el reptil añejo
que corretea en el agujero.
Curvilíneo como las arenas del desierto
que vuelan en mis ojos y se posan en tu cuerpo.
Opaco y oscuro el techo del mundo,
obtuso pensamiento humano:
errado y confuso.
Lento, pausado el caminar, el ver, el pensar.
Consagrado el violinista que cada ocaso,
entre un manto verde, se pega a mi oído.
Línea recta que tiende al infinito,
mientras mis pies se comen el mito.
Áspero como la hiel:
el veneno que late en la sien.
Mecido entre sístole y díastole,
se aglutina el hedor de la plaga maldita.
Anidará la oscuridad en los días venideros,
cubrirá con sus alas el dolor y el miedo;
y entonces en mañana creciente levantará vuelo,
será la alondra, camaleón, en desértico duelo.
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