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Ahora veo correr la sangre, pero no sentí su frío acero.
No la vi llegar; venía envuelta en hipocresía y sonrisas,
amparada en un gran lazo rojo que maniató mis sentidos.
Atravesó la mañana y entre dulzura alada
flirteo entre las nubes, convirtiéndolas en perpetua niebla,
que cegase estos ojos crédulos y confiados.
No la vi llegar; demasiado entretenida en un lado del camino
recogiendo los pétalos deshojados, demasiado despistada
para entender por qué me fue asestada.
Ahora percibo su olor: miedo.
El hedor nauseabundo que supuran los amilanados,
grabado a fuego en la pituitaria.
Escondida en alguna esquina por mano traicionera,
ya no la delata su fulgor, funda de terciopelo rojo
la mantendrá a buen recaudo.
Ahora veo correr la sangre, pero no sentí su frío acero.
Desgarradas las entrañas se me volvieron pequeñas las manos,
pálida carne trémula que no acertó a saber todos los entresijos.
Venía envuelta en hipocresía y sonrisas,
y atravesó mi mañana con la dulzura alada
del que con cuchillo ardiente arrancará tu alma.
Astuta la mano y astuta la mente creadora,
me concentro en mis entrañas esparcidas en la acera,
y como el chamán leo lo que los dioses me dictan.
No la vi llegar.
Ahora percibo su olor: miedo.
No la veréis llegar, este es su credo.
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