Bajé por el camino como quien deambula perdido,
escapando en cada piedra de una sombra que me persigue,
ocultándome en la orilla que no toca el sol,
oyendo como se resquebraja el calor.
Ahora que ya respiré este aire que me rodea,
que siento mis pulmones oprimidos
por una pesada losa en mi pecho,
me refugiaré en los tejados como un gato malherido.
Serán las chimeneas las que resguarden del frío,
este cuerpo ultrajado de tu ausencia,
de la ignorancia que emanó de tus manos,
de la ceguera instalada en tus ojos.
Transformaré los rayos de luna en cuerdas
que pueda tender hacia el infinito,
en amarres que me sujeten a una vida que ya he perdido,
en sogas, si acaso, necesito acabar conmigo.
Sin embargo atenazaré la mañana en cada suspiro,
y la atraeré hacia este cuerpo yacente
para que me acompañe en este rincón,
para que mi alma no me abandone a la primera de cambio.
Con su primera luz abandonaré mi refugio
en busca de esos cuatro horizontes
que loco de mi, creí míos:
otro patán más sin reino ni beneficio.
Y a pesar de que me siento cansado y abatido
por el exceso de esta vida,
necesito recuperar lo que por derecho es mio,
perdido en esa alcoba que un día compartí contigo.
Necio, eso es lo que soy, un simple necio
que ahora maúlla en los tejados,
que confió su destino a unas manos
que no supieron escribirlo.
Ay, ay, ay el desamor... Qué amargo su último trago, ¿verdad?. Aunque no hay que olvidar que gracias a las espinas que guarda aprendemos a disfrutar más de los venideros.
ResponderEliminarNo obstante, casi que bienvenido sea el desengaño si sirve para inspirar poemas como este, Fini.
Un besazo y buen finde, guapetona.
Existimos en medio de un extenso bosque de emociones. Tu texto se desenrolla entre lirismo y una descripción clara y sentida de emociones. Saludos.
ResponderEliminarHola chicos, gracias por pararos un ratito en este rincón. Cuánta razón Michel, por culpa de existir vivimos avocados a sentir, y no siempre son agradables los sentimientos; nos pueden las emociones incluso hasta el punto de hacernos perder la cordura, de convertir nuestra vida en una ciénaga. Afortunado aquél que nunca ha experimentado un desengaño, pero los que los hemos sufrido vagaremos el resto de nuestra existencia con nuestras cicatrices a cuestas.
ResponderEliminarGracias por tu apoyo David, incondicional siempre.
un abrazo para los dos.