jueves, 24 de febrero de 2011

Ella

Y en las mañanas frías y calladas
la oscuridad de sus retinas empaña la claridad del aire que transita.
Arremete contra ella, contra las ensoñaciones almacenadas
tras esa puerta que guarda en su cabeza.
Cuánto tiempo dura ya esta guerra, este lid desgarrado
entre lo que se imagina cierto e incierto.
Cuántas tormentas sucedidas, cuántos argumentos diluyéndose en una alcantarilla,
correteando hacia esa profundidad, luchando por encontrar esa salida.
Y en las mañanas, en esas que cortan la piel, que congelan la sangre en las venas
se entrega a esa soledad que ansia cada noche cuando suena la puerta.
Es esa ventana, de la habitación, la que conduce sus sueños, sus miradas,
la que la invita a pasear, la que la obliga a ver una bandera blanca, donde sólo hay sangre.
Es ese cristal, empañado por el dolor y la tristeza,
la que la obliga a ver un castillo, donde ya sólo hay ruinas.
Es ese hueco, por donde entra la luz, el que arremete contra ella,
la que la libera de sus cadenas, aunque ella no quiera.

lunes, 21 de febrero de 2011

Suplico...



Pensamientos evocadores, que suben en espiral como el humo que los lleva,
escapan al entendimiento que los creo, al alma que los lleva en su vientre.
Sangre y sudor, venas que palpitan tras el tiempo arrugado,
enjuto y acobardado, y yo, aquí en medio entre lo pasado, lo vivido y lo soñado.
Se me escapa la vida  por esta boca que ya no siento mía.
Se me escapa la luz  por estos ojos cansados que un día vendí al diablo.
Se me escapa el amor, se aleja de mi, y lo arrastra todo a su paso.
Hace tanto tiempo que zozobro en este mar oscuro,
que anhelo sentir bajo mis pies el agua del rocío,
y ese vuelo acompasado, de las golondrinas, que siempre fue mi guía.
Anhelo, si, el calor de la tierra que al nacer fue mi abrigo,
y tus besos que sean de nuevo ese tejado que me de cobijo.
Necesito caminar, volver a sentir que el viento golpea mi rostro,
que se apresure esa tormenta y que calme el polvo del camino,
porque he de seguir, y no puedo encontrar mi casa, ni escribir mi destino.
Alejaré el mar, y la espuma blanca que ondea en el horizonte,
ahuyentaré de mis oídos esas fábulas inventadas,
cuento mordaz de una rosa que ya no tiene espinas.
Sofocaré el dolor que quema mis entrañas con lágrimas desiertas
y gritaré hasta que rompa esta voz maldita, que suplica el olvido.





miércoles, 16 de febrero de 2011

Ojos de gaviota

Gaviotas que planean sobre la ciudad
haciendo surcos en la negritud.
Puntos efímeros en este cielo enlosado,
fríos cristales sin casa ni abrigo.
Vuelos sin rumbo fijo, en círculo
a veces, antes del acantilado, se huele la espuma
de este mar intuido, que me invento
con la inercia del viento que arrecia.
Ojos de gaviota,
que me muestran este presente pasado
y la incerteza futura,
porque ella sabe lo que espera.
Cuenta historias su mirada perdida,
de aquellos que no vieron venir la tormenta,
de los que osaron enfrentarse a ella,
de los que hacen círculos cuando vuelan.
Oráculos.
Relegados a eses tejados enmohecidos,
a esconderse, a replegarse
sobre si mismos.
Ojos de gaviota
que acechan desde la lejanía,
que escapan en un vuelo suicida,
del azote de la espuma.

sábado, 12 de febrero de 2011

Tras la oscuridad

Se abalanza la aurora sobre la mañana
y crece esperpéntica, callada, a veces sombría.
Espabila valle abajo
allá donde crecen los ecos de nuestro amor perdido.

Y avanza con esa blancura radiante,
solemne, avasalladora de niños imberbes,
de soñadores insonnes,
que vagan sin rumbo por las calles.

Pronto caerá sobre la ciudad adormecida,
anestesiada y sumisa
ante la febrilidad de sus calles,
de sus gentes, de sus idas y venidas.

Corre rauda la aurora,
hincha sus pulmones con esa rabia contenida
porque la arena del reloj se le escapa
agazapada en un altillo, en alguna cornisa.

Sólo mira el mar, el horizonte teñido
que se clava en esa alma encogida.
Una sintaxis confusa en la gramática celeste,
la epopeya bíblica del claroscuro.

Empuja el mar la oscuridad,
la siente, la huele, la ve,
donde el resto no concibe
que hay otra realidad.





miércoles, 9 de febrero de 2011

A carta




Hola meu amor:




Hoxe andiven a matinar, mira ti, no día que te coñecín. Aínda íamos á escola, eu en pantalón curto e ti con aquelas pecas enriba do nariz que semellaban bolboretas. Canto tempo pasou, meu ben. Canto tempo perdín sen decatarme do afortunado que son. Lembro aqueles días nos que o vento non zoaba por medo a espertarte, cando esa cariña de anxo me regalaba un sorriso cada mañá, a pesar de que te ignoraba. Pecho os ollos e sinto de novo os teus aloumiños, os bicos que me deches, pero tamén todos aqueles que non che quixen porque non atopaba tempo para que o reloxo parara. Sen embargo, segues aquí ó meu carón, fitándome como o primeiro día que fomos a pasear, adornando as verbas que voan ca dozura dos teus beizos. Quérote. Ti es o meu querer e nunca aprendín a decircho, calaba, e agochaba os pensamentos nun recuncho porque supoñía que xa o sabías, que non o necesitabas.

Levo tanto tempo olvidando os teus ollos, a túa pel, que esta mañá redibuxei de novo a nosa vida. Nese intre botei de menos aquelas menudanzas que me facían sentir coma un rei. Gustaríame tanto perderme de novo no teu peito, adormecer nos teus brazos, atoparme neses ollos feiticeiros que me namoraron.

Ay, miña nena! Dóeme tanto a alma, e o peito revéntame co latexar de este corazón que creín xa estaba morto. O pulso golpea no sen, campaíña avisadora de que estas letras pulen por fuxir xunto túa. Perdóame. Déixame ficar á túa beira, miña rula. Deixa que che xunte as estrelas, que che traía a lúa cada noite a túa fiestra. Déixame que te queira, coma ti sempre me quixeches.



Despídome xa queridiña.

Mil bicos e apertas seica non serán suficientes.

Heite de esperar aquí, rebulindo nesta soidade que soamente ti podes facer fuxir.



Sempre teu,


                    Xaquín.


miércoles, 2 de febrero de 2011

Los músicos del Titanic



Cuando ya nadie queda en el barco, la música sigue sonando. El compás de los violines mece el agua que entra a babor intentando acallar los gritos de la noche. Pero en cambio, allí, en el salón de baile reina la paz. ¿Qué nos empuja a aceptar la muerte pudiendo salvarnos? Siempre quise creer que era obediencia ciega, y sin embargo la ciega era yo. ¿ Acaso no escogeríamos hacerlo de la manera más grata posible? Cuántas veces libramos batallas sabedores de que perderemos, y aún así, acudimos a ellas. ¿Para que habemos de castigarnos con tanto sufrimiento?, quizá la mejor opción es rendirse a lo inevitable.

 Puede ser...



Me enorgullezco de todas esas gentes que viven su vida como quieren vivirla, pero sobre todo, que deciden como entregarse a la muerte,



¿Quiénes somos para decirles que están equivocados?

martes, 1 de febrero de 2011

La Noche

Me paso el día esperando que caiga la noche, y entonces, mientras la luz se escapa, me desprendo de lo superfluo. Me deshojo como una vulgar margarita, balanceándome entre el si y el no de la incertidumbre de cada momento. Decidir. Pensar si queremos seguir o por el contrario queremos parar. Busco esa quietud que transmite el roce del agua, la delicadeza de los pétalos en el atardecer, y me sumerjo, intentando hallarlos. Tengo un sueño, de hecho, mi sueño es robado, o quizá compartido con otros tantos que se sientan esperando ese ocaso anaranjado. Como disfruto de este trocito de tiempo que le robo a las horas, cuando el reloj se detiene esperando esa calma que ambos necesitamos. Cuando esta soledad buscada entra la casa y se regocija por los rincones, sé que ha llegado el momento. Libero el pensamiento enjaulado, y dejo que corra a su antojo, que navegue a la deriva, que se fortalezca en la tormenta. Ya he tomado una decisión: me quedo con la noche.